Hoy hemos ido a acompañar a una amiga por el fallecimiento de su madre. Hemos estado con ella en su última despedida. Hacía tiempo que no estaba en una celebración religiosa y me ha llamado la atención que el evangelio fuera el mismo de la última vez: “Los discípulos de Emaús”. Era como si esos discípulos me dijeran a mí que esté más pendiente de quien está a mi lado, de intentar conocer más a los que tengo a mi alrededor, por lo menos a comprenderlos.
Primor [foto: Paco Pascual] |
- Estar sentada hablando sin parar con quien está al lado.
- Estar molesta si, delante o detrás, no dejan de hablar
- Estar respetuosa y comprensiva con lo que hacen los demás sin darle mayor importancia.
Estaba allí recogida, y por un momento pensé en cuando mi madre murió, y en lo que sentí. Miraba a mi amiga y presentía que su corazón se desgarraba como el mío aquel día.
Viví con ella cuarenta y ocho años y hasta ese día no sentí como se rompía, de verdad, mi cordón umbilical. No se cortó el día de mi nacimiento, sino el día de su muerte. Mirándola me di cuenta que nos unía algo más importante que el vínculo madre-hija.
No solo estuve dentro de ella nueve meses. Solo me relaja pensar que sigo allí.