Se está programando un viaje al monasterio de
Las Huelgas Reales en Burgos, y yo, por motivos personales “preciosos”, no se
si podré ir. Pero como en mis escritos siempre pongo el antes y el después, voy
a empezar por lo que tengo seguro: “el antes”.
Me gustaría entrar en el claustro de un
convento de monjas cistercienses y notar esa paz que deben sentir los
religiosos cuando deciden entrar en una orden monástica. Dicen que es la
presencia de Dios en cualquier rincón donde se mire, pero yo creo que la
verdadera paz se ha de sentir en el corazón, sólo si la tenemos ahí, es cuando
la pueden percibir los demás y uno mismo.
En estos sitios es como más visible el
silencio, la sobriedad, el recato, los cantos gregorianos que enternecen el alma;
un cúmulo de sensaciones que culminan cuando admiramos esas obras tan antiguas
y a la vez tan actuales, porque los sentimientos que afloran al verlas no
tienen edad.
Siento como si alguna vez hubiera vivido en
un sitio así. Me gustan las galerías, los corredores, los jardines tan
sencillos y a la vez tan mesurados… Ver todo esto hace que medite, ya que la
realidad no es como nosotros la queremos ver si no como es; que interiorice
sentimientos, pasiones, defectos y que, al mismo tiempo, me sienta viva y
muerta.
Y eso que no lo he visto, así es que si voy
tendréis un buen rollo.
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