Ya estoy ingresada. Estoy sola en el trozo de habitación que me corresponde; ya se ha marchado mi marido, tiene que venir pronto mañana porque voy a ser la primera a la que operen; es una suerte, no me va a dar tiempo a nada.
Quietud [foto: Paco Pascual] |
Esta tarde cuando lo preparaba todo, lo que tenía que llevarme y lo que no, sin quererlo he hecho balance y ya no hay nada negativo. Como hace dos años, en la otra operación, me he despedido de todas las vecinas y llevo conmigo el montón de cariño que tenían reservado para mí. He hecho lo que tenía que hacer hasta el último minuto. El trabajo final ha sido mi favorito, el ir al colegio a recoger a mi nieto y acompañarlo a su clase de música, darle la merienda por la calle y mirarlo, hablarle, escuchar y aprender del más pequeño que tengo, aunque este título en tan solo quince días se le habrá escapado ya que llega otro nieto que será mi cuarta bendición. Cuando los médicos decidieron operarme solo lo sentí por tener que dejar de ocuparme de él, está en casa desde los cuatro meses y ha sido el trabajo que más me ha gustado realizar y el que me ha dado mayor satisfacción. Me entristeció tanto que lo comenté con una amiga, está me animó diciéndome que aunque tuviese que comer unos días en el colegio no tenía de que preocuparme, porque para él tampoco sería un tropiezo muy grande, solo algo inesperado como lo ha sido para todos.
Al salir de casa me ha gustado que el “tiempo” supiese donde me iba. Estaba nublado, el cielo quería llorar pero solo han sido unas gotitas como lágrimas de despedida…, él me ha dado un ejemplo de fortaleza. Me gustan estos días grises, tristes; había montones de hojas en las aceras y en los rincones verdaderas montañas y se percibía un olor especial, todo invitaba a pasear. A mi nieto le gusta pisar la hojarasca y oír ese ruido seco, pero dulce y agradable a los oídos.
Ya me voy a meter en la cama, seguro que mañana no escribo, veremos cuando lo hago. ¡Suerte!
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