Por Chelo Payá
Cuando somos pequeños adquirimos ciertos hábitos en el lenguaje que después cuesta corregir. Gracias a la perseverancia de los educadores (padres y maestros), que no nos permiten una mala expresión, vamos aprendiendo a hablar correctamente ya que las reprimendas no gustan a ninguna edad.
Hace algunos años Jorge Mota, en la politécnica, nos dio clases de lenguaje no verbal y a mi me encantó la cantidad de cosas que se pueden decir sin hablar, solo con una mirada, con un ademán, con un apretón de manos. Nuestro cuerpo se hace entender sin ningún término oral solo con gestos, con delicadeza y, muchas veces sin desearlo y en ocasiones sin querer evitarlo, incluso con brusquedad.
Testigos [foto: Paco Pascual] |
Pienso que este lenguaje corporal deberíamos aplicarlo cuando estamos resentidos; ofenderíamos menos y no tendríamos que arrepentirnos de muchas cosas dichas. Tenemos prisa por convencer a los demás de lo que nosotros creemos, y esto hace que se nos escapen las cosas; además, cuando nos enfadamos o nos hacen enfadar, solemos amenazar, sin darnos cuenta que la amenaza es una de las formas más directas que nos va acercando hacia la soledad.
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