sábado, 4 de enero de 2014

Concierto de Año Nuevo

Por Chelín Payá 

Otro año que, como un rito, veo el concierto de año nuevo (no sabría hacer otra cosa a esa hora), pero esta vez, cuando comenzó, me sentí diferente. Este año observé cosas más profundas. Escuchando la música no me fijaba en como iban vestidas las señoras, ni me fijaba en el color de las guirnaldas…, esta vez venían a mis ojos cosas que sólo el corazón percibía.

En los salones había una biblioteca preciosa y pensé en los libros que, aunque parecen herméticos, deben sentir el consuelo de no estar solos, y percibir la placidez de formar parte de una belleza que ni imaginan.

Llamó mi atención un bosque. Los árboles nacen separados y parece que no se van a juntar nunca, pero no es cierto, sus copas se rozan en una caricia perpetua, y pensé que sería maravilloso poder acariciar con esa intensidad y a la vez con esa delicadeza, a la persona amada.

Veía las estatuas que personalmente a mi me entristecen, pero que disponen del privilegio de ver pasar la vida de los demás, con sus alegrías y tristezas…, sin perder la suya.

Miré las columnas que, como la base de los monumentos, sostienen con su sobria majestuosidad las maravillas hechas por los hombres.

También me fije en la cantidad de razas que había entre los espectadores. Todos impecables, con sus mejores galas, oyendo y disfrutando de una de las cosas mejores de nuestro mundo: la música.

Di gracias por ser una de las privilegiadas, ¡lo estaba viendo y oyendo un año más!, y pensé en aquellas personas que, sin haber hecho nada, están marginadas a no tener nunca la oportunidad de sentir estas sensaciones.

Entré en mi interior y me di cuenta de la ambigüedad de mi vida, no soy capaz de cambiar nada a mí alrededor. Sólo entonces pensé en la importancia del esfuerzo individual y en lo poco que lo ejerzo.

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