Por Chelín Payá
Quiero comenzar el año escribiendo lo que me aportó la clase de psicología de Isabel Valenciano, del 15 de octubre de 2007.
Quiero comenzar el año escribiendo lo que me aportó la clase de psicología de Isabel Valenciano, del 15 de octubre de 2007.
El ejercicio consistía en cerrar los ojos y concentrarse en uno mismo, sintiendo la respiración como si en el mundo nada más importara y, así de centrados, ir relajando cada una de las partes de nuestro cuerpo. Seguidamente nos dijo que pensásemos en un sitio donde nos encontráramos relajados y felices (playa, campo, casa…), y fue a partir de aquí cuando comencé a dar rienda suelta a mi imaginación.
Me metí en una habitación donde solo encuentro amor, ternura, comprensión…, en el mismo sitio donde mi yo interior se libera. Tal como nos indicaba Isabel, iba recreándome mirando las paredes, la ventana, el armario, la lámpara. Sentía en mi cuerpo el ambiente tan cálido que allí encuentro. En ese momento nos dijo que imaginásemos que hacia nosotros se iba acercando un niño o una niña y que debíamos acariciarlo pues lo necesitaba; que le diéramos calor; que su piel se pegara a la nuestra; que lo quisiéramos tal como era. La niña que se me acercó era yo.
De eso se trataba el ejercicio, de sentir, de querer a la persona (al niño) que no se puede separar de nosotros, porque somos eso, lo que nos gusta y lo que no, y hemos de aprender (si aún no lo sabemos) a querernos con defectos y virtudes… ¡tal como somos!
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