viernes, 23 de mayo de 2014

Oscuridad

Por Chelo Payá

Tregua  [foto: Paco Pascual]
Estando en una habitación me mostraron, simbólicamente, la oscuridad en la que nos movemos. Apagaron todas las luces. Era imposible ver nada. Entonces dijeron: que si tropezamos estando a ciegas no nos avergüenza; que nos sentimos cómodos, sin dolor, porque no nos ven; que aunque percibamos nuestros fallos estamos tranquilos con nuestro “yo”…, “yo”…, y “yo”; que lo mejor de toda esta situación es que tampoco vemos lo que molesta a los demás de nosotros mismos; y que nos acomodamos a la oscuridad y ya no nos interesa que se abra ningún resquicio de luz porque así no nos esforzamos en corregir nada, ni tan siquiera debemos admitir que no tenemos ninguna intención de cambiar, para mejor. Cuando se ilumina la estancia no reconocemos nada, estamos deslumbrados, solo vemos polvo en cada rincón donde miran nuestros ojos y a nuestro alrededor todo se convierte en trabajo, pero lo que menos nos gusta es que los demás también nos ven, y  que nos pueden juzgar por nuestras acciones, y eso aún nos hace más vulnerables.

Si nos hablan del fin del mundo nos asustamos al pensar que dentro de millones de años éste pueda desaparecer. Yo pienso que el fin de mi mundo está mucho más cerca, y medito, sin asustarme, como puedo comenzar a soltar aquello que me ata, y a distinguir aquello que más quiero. Tengo que enseñarme a abrir mis manos para que al final, cuando tengan que quedar vacías, no duelan. 

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