Por Chelín Payá
Chelín Payá [foto: Rafa Silvestre] |
EL TREN DE LA VIDA
La vida es como un viaje en tren. Cuando nos subimos a él nos ayudan unas personas que creemos que van a seguir con nosotros hasta el final del trayecto, pero no es así, bajan en estaciones diferentes a la nuestra y ello nos produce dolor, porque nos sentimos solos. —Son nuestros padres—.
En el viaje hay momentos felices, pero también los hay muy tristes, y seguimos avanzando ayudados por otros viajeros que, al igual que nosotros, se subieron al tren y viajan en el mismo vagón. —Hermanos, primos, amigos—.
Durante toda la andadura vamos cambiando de vagón y nos encontramos con personas de las que no nos es fácil separarnos cuando llega el final de su trecho pero, como no viajan solas, esto ocurre y se sufre. También hay personas, a las que queremos, que terminan muy pronto su viaje y sentimos el impulso de apearnos con ellas para recuperar el tiempo perdido y continuar disfrutando de su compañía, sin embargo, en nuestro viaje no hay retroceso.
Son muchos los asientos cuyos ocupantes nos pasan desapercibidos, en cambio hay otros que cuando quedan vacíos nos produce una nostalgia inmensa que nos acompañará siempre. Tenemos la opción de ayudar a quien nos necesita o simplemente transitar mirando el paisaje.
Cuando se acerca el final de nuestro recorrido nos resistimos a abandonar el tren para no dejar solos a nuestros hijos y, no obstante, esto es inevitable. Durante todo el viaje nunca supimos cual era nuestra estación de destino, y el día que esta llega es preciso apearse. Solo entonces, cuando esto ocurre, los compañeros de viaje al mirar nuestro asiento vacío sentirán tristeza o por el contrario se preguntaran quién iba sentado en él.
FELIZ VIAJE.
En el viaje hay momentos felices, pero también los hay muy tristes, y seguimos avanzando ayudados por otros viajeros que, al igual que nosotros, se subieron al tren y viajan en el mismo vagón. —Hermanos, primos, amigos—.
Durante toda la andadura vamos cambiando de vagón y nos encontramos con personas de las que no nos es fácil separarnos cuando llega el final de su trecho pero, como no viajan solas, esto ocurre y se sufre. También hay personas, a las que queremos, que terminan muy pronto su viaje y sentimos el impulso de apearnos con ellas para recuperar el tiempo perdido y continuar disfrutando de su compañía, sin embargo, en nuestro viaje no hay retroceso.
Son muchos los asientos cuyos ocupantes nos pasan desapercibidos, en cambio hay otros que cuando quedan vacíos nos produce una nostalgia inmensa que nos acompañará siempre. Tenemos la opción de ayudar a quien nos necesita o simplemente transitar mirando el paisaje.
Cuando se acerca el final de nuestro recorrido nos resistimos a abandonar el tren para no dejar solos a nuestros hijos y, no obstante, esto es inevitable. Durante todo el viaje nunca supimos cual era nuestra estación de destino, y el día que esta llega es preciso apearse. Solo entonces, cuando esto ocurre, los compañeros de viaje al mirar nuestro asiento vacío sentirán tristeza o por el contrario se preguntaran quién iba sentado en él.
FELIZ VIAJE.
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