lunes, 16 de diciembre de 2013

Razonamiento

Por Chelín Payá

He tenido otra “prueba de fuego”, y he desarrollado un poco más la paciencia.

La paciencia, que solo en los momentos que se la necesita es cuando compruebas en que medida dispones o no de ella. En cierta ocasión una amiga me dijo que a la paciencia, en el instante que la pierdes, hay que buscarla y encontrarla. Ahora, aquel comentario me ha servido de mucho para retenerla.

Creía que tenía asumidas muchas cosas y me he dado cuenta que no es así.
Para las personas la palabra siempre no existe (para nadie ni nada). Somos prescindibles. Nuestro cuerpo no es una armadura y sí una vasija de barro que se puede romper como se rompe el cristal, y cuando se tiene un percance todo se viene abajo sin ver nunca el momento de ceder.

Queremos pertenecer al mundo (al de los vivos) siempre; en nuestro dolor nos sentimos imprescindibles, y si se nos rompe algo de nuestro cuerpo queremos que nos lo arreglen para seguir, aunque el cristal este más opaco por el pegatón.

Todo esto me hace reflexionar que mi madurez está más lejos de lo que pensaba. Han pasado muchos años y sigo siendo aquella niña a la que su padre le enseñaba, con una maceta de casa, lo que era la vida y la muerte. En muchas ocasiones me señalaba las hojitas pequeñitas y preciosas de la planta y me decía:
[foto: Paco Pascual]

— ¡Ésta eres tú!
Luego, señalaba alguna de las amarillas diciendo:
— ¡Ésta soy yo! Pronto no formaré parte de la planta porque, al igual que esta hoja, caeré.
Entonces yo lloraba creyendo que lo entendía, pero ahora me doy cuenta que aún no lo he entendido.
Soy la hoja amarilla y no me quiero caer.

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