domingo, 16 de marzo de 2014

Flamenco

Por Laura Botella

Estaba preparándome el desayuno cuando en la radio se interrumpe la tertulia radiofónica y la locutora da la noticia: “Ha fallecido Paco de Lucía, tenía 66 años”.

¡Ah!... ¡Ya toca a los míos! ¡Toca a vísperas! El dorado de la tostada pidiendo a gritos que sea regada por el aceite y el humeante café con leche disipan por un momento mi atención.

Vuelvo a la noticia y pienso que Paco de Lucía, —que así se llamaba por su madre—, vino al mundo no con un pan debajo del brazo, más bien con una guitarra. Sus manos y sus dedos no tocaban las cuerdas las acariciaban con tal mimo que ¡así sonaban!

Camarón y Paco de Lucía en los años setenta
Lo imagino de joven sentado en la bahía de Algeciras escuchando el romper de las olas e imaginando cómo, en la lejanía, se unían las aguas del Mediterráneo y el continente. Tal vez así descubrió el tempo, porque no sabía solfeo, decía que las notas eran pajaritos en el tendido eléctrico.

Fue grande, grande para colocar el flamenco donde nadie sospechaba. La composición “Entre dos aguas” fue su lanzamiento. Compartió escenarios con artistas de distintos estilos. Obtuvo un premio Grammy, y fue investido doctor honoris causa por el Berklee College de Boston. Aunque yo me quedo con que, como humilde agricultor, supo sembrar la semilla en Japón, donde han germinado infinidad de escuelas de danza española, y el flamenco goza de gran consideración.

Cuando hayas llegado a lo “alto” te habrán recibido con gran algarabía, —el primero tu compadre Camarón—, con el cajón, el palmoteo, las gargantas…, todo dispuesto para el cante, cante del bueno. Los de “abajo” nos quedamos con el quejío, tú con la gloria.

Descansa en paz, y gracias por hacerme conocer el flamenco.

¡Olé tú!

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