Un cuento de Navidad por Inmaculada Teresí
-¡Venga!, daos prisa que no llegamos -decía Carmen a sus hijos.
Carmen tenía tres hijos: dos de 6 y 7 años y una niña de cuatro.
Estaban nerviosos, iban a la plaza del pueblo para ver la representación del Belén que todos los años, días antes de la Navidad, un grupo local ofrecía a los niños. Al terminar habría reparto de juguetes.
Carmen puso a sus hijos los gorros y las bufandas y salieron muy contentos a la calle.
La plaza, engalanada con guirnaldas y bombillas de colores, estaba repleta de gente: había mucho alboroto.
La representación tardaba en empezar; todos se impacientaban. Pasó media hora y nada… no se levantaba el telón. Algo después, una señora mayor surgió de detrás de las cortinas al escenario y pidió silencio.
Carmen tenía tres hijos: dos de 6 y 7 años y una niña de cuatro.
Estaban nerviosos, iban a la plaza del pueblo para ver la representación del Belén que todos los años, días antes de la Navidad, un grupo local ofrecía a los niños. Al terminar habría reparto de juguetes.
Carmen puso a sus hijos los gorros y las bufandas y salieron muy contentos a la calle.
La plaza, engalanada con guirnaldas y bombillas de colores, estaba repleta de gente: había mucho alboroto.
La representación tardaba en empezar; todos se impacientaban. Pasó media hora y nada… no se levantaba el telón. Algo después, una señora mayor surgió de detrás de las cortinas al escenario y pidió silencio.
-No podemos empezar la función porque ha desaparecido el pastorcillo más pequeño de los que hoy debutaban. Yo soy su abuela. El niño tiene cinco años y lleva el traje de pastorcillo con el que iba a salir a actuar. Tiene el pelo negro y los ojos muy grandes y oscuros. Agradecería que si alguien lo viese avisase a la Cruz Roja.
Todos quedaron conmocionados y empezaros a buscar por los alrededores.
Carmen se dio cuenta de que su hija también había desaparecido y la llamó varias veces sin obtener resultado. Sus hermanos, que no se habían percatado hasta entonces de la desaparición, se aferraron a su madre asustados.
La gente ya no buscaba solo a un niño, ahora eran dos los que había que encontrar.
Pasó una hora y los niños seguían sin aparecer.
En el escenario un perro empezó a labrar. Nadie le hacía caso ya que todos estaban dando gritos para llamar a los pequeños. Aquello parecía un “galimatías”. Nadie se entendía.
El perro ladraba y no paraba de dar saltos para llamar la atención, pero era inútil porque nadie se fijaba en él. De pronto un niño gritó:
-¡Miren al perro!, ¡miren al perro!
-¿Qué pasa niño? -le preguntó un señor.
El niño señaló al escenario y ambos se fijaron en el animal que intentaba llamar la atención entre tanto bullicio.
Ambos subieron al escenario, pero ¿cómo hacer para que se fijasen en ellos y les escuchasen? Tuvieron la ocurrencia de mirar entre las ropas que estaban preparadas para la representación y encontraron entre ellas un traje de ángel para el niño y otro de demonio para el señor. Buscaron las luces del escenario y encendieron un potente foco que lo iluminó. Al ver tanta luz, todas las miradas se concentraron en el rayo luminoso y vieron en el escenario un perro saltando, un niño disfrazado de ángel y un adulto de demonio.
Se hizo el silencio, momento que aprovechó el adulto para decir con voz potente:
-Fíjense todos en este perro! Nos quiere comunicar algo
El niño disfrazado de angelito advirtió con firmeza:
-Hay que seguirlo porque seguro que nos lleva a descubrir algo.
Todos asistieron dispuestos a obedecer y siguieron al perro que emprendió la marcha satisfecho de que por fin le tomasen en cuenta.
Torcieron por una callejuela estrecha que estaba detrás de la plaza. Unas calles más abajo vieron a un grupo de chiquillos discutiendo; entre ellos se encontraban los dos desaparecidos. La niña tenía en sus brazos la cuna con el niño Jesús que debería salir en la función y, a su lado, el otro niño desaparecido se enfrentaba valientemente a una pandilla callejera.
Al llegar la comitiva junto a ellos, el señor vestido de demonio dio un golpe con el tridente. Los niños enmudecieron.
-¿A qué se debe esta discusión?
-Vi a estos niños y pensé que lo que hacían era raro, -dijo el niño al que todos andaba buscando-. Cuando los mayores estaban distraídos se largaron con la cuna y con el niño Jesús dentro. Fui corriendo tras ellos, pero mientras bajaba del escenario los perdí.
La hija de Carmen sabía por donde habían huido y acompañó al “pastorcillo” hasta lograr recuperar la imagen.
El grupo de ladronzuelos confesó:
-Como en nuestra casa no tenemos un niño Jesús para celebrar la Navidad, y tampoco tenemos dinero para comprarlo, decidimos cogerlo prestado. Pensábamos devolverlo pasadas la fiestas.
Todos rieron la ocurrencia y, con la promesa de que jamás se apoderarían de lo que no les pertenecía, les invitaron a la representación que resultó todo un acontecimiento.
Tampoco a ellos les faltaron juguetes.
Fue una velada muy singular que terminó como un cuento de Navidad.
Todos quedaron conmocionados y empezaros a buscar por los alrededores.
Carmen se dio cuenta de que su hija también había desaparecido y la llamó varias veces sin obtener resultado. Sus hermanos, que no se habían percatado hasta entonces de la desaparición, se aferraron a su madre asustados.
La gente ya no buscaba solo a un niño, ahora eran dos los que había que encontrar.
Pasó una hora y los niños seguían sin aparecer.
En el escenario un perro empezó a labrar. Nadie le hacía caso ya que todos estaban dando gritos para llamar a los pequeños. Aquello parecía un “galimatías”. Nadie se entendía.
El perro ladraba y no paraba de dar saltos para llamar la atención, pero era inútil porque nadie se fijaba en él. De pronto un niño gritó:
-¡Miren al perro!, ¡miren al perro!
-¿Qué pasa niño? -le preguntó un señor.
El niño señaló al escenario y ambos se fijaron en el animal que intentaba llamar la atención entre tanto bullicio.
Ambos subieron al escenario, pero ¿cómo hacer para que se fijasen en ellos y les escuchasen? Tuvieron la ocurrencia de mirar entre las ropas que estaban preparadas para la representación y encontraron entre ellas un traje de ángel para el niño y otro de demonio para el señor. Buscaron las luces del escenario y encendieron un potente foco que lo iluminó. Al ver tanta luz, todas las miradas se concentraron en el rayo luminoso y vieron en el escenario un perro saltando, un niño disfrazado de ángel y un adulto de demonio.
Se hizo el silencio, momento que aprovechó el adulto para decir con voz potente:
-Fíjense todos en este perro! Nos quiere comunicar algo
El niño disfrazado de angelito advirtió con firmeza:
-Hay que seguirlo porque seguro que nos lleva a descubrir algo.
Todos asistieron dispuestos a obedecer y siguieron al perro que emprendió la marcha satisfecho de que por fin le tomasen en cuenta.
Torcieron por una callejuela estrecha que estaba detrás de la plaza. Unas calles más abajo vieron a un grupo de chiquillos discutiendo; entre ellos se encontraban los dos desaparecidos. La niña tenía en sus brazos la cuna con el niño Jesús que debería salir en la función y, a su lado, el otro niño desaparecido se enfrentaba valientemente a una pandilla callejera.
Al llegar la comitiva junto a ellos, el señor vestido de demonio dio un golpe con el tridente. Los niños enmudecieron.
-¿A qué se debe esta discusión?
-Vi a estos niños y pensé que lo que hacían era raro, -dijo el niño al que todos andaba buscando-. Cuando los mayores estaban distraídos se largaron con la cuna y con el niño Jesús dentro. Fui corriendo tras ellos, pero mientras bajaba del escenario los perdí.
La hija de Carmen sabía por donde habían huido y acompañó al “pastorcillo” hasta lograr recuperar la imagen.
El grupo de ladronzuelos confesó:
-Como en nuestra casa no tenemos un niño Jesús para celebrar la Navidad, y tampoco tenemos dinero para comprarlo, decidimos cogerlo prestado. Pensábamos devolverlo pasadas la fiestas.
Todos rieron la ocurrencia y, con la promesa de que jamás se apoderarían de lo que no les pertenecía, les invitaron a la representación que resultó todo un acontecimiento.
Tampoco a ellos les faltaron juguetes.
Fue una velada muy singular que terminó como un cuento de Navidad.
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