martes, 8 de abril de 2014

El carrete de Hilo

Por Chelo Payá 

Transcurrir  [foto: Paco Pascual]
Cuando comienza la vida es como un pozo sin fondo que se va llenando a medida que se va viviendo. Cuando más receptiva es la persona más cosas van quedando en ella, y al hacerte mayor lamentas no haber prestado más atención a todo lo que ha ido pasando a tu alrededor: algunos consejos de tus padres, el mejor aprovechamiento de lo que te enseñaban en la escuela, el juego con tus amigas y, posteriormente, vivir con más intensidad la infancia de tus hijos, porque aunque se hayan saboreado, disfrutado y gozado al máximo, las horas siempre se quedaban cortas. La reflexión llega siempre cuando algo se nos escapa.

Ahora recuerdo que de pequeña siempre estaba preguntando: qué sería, qué me pasaría, cómo sería de mayor…, y mi madre me contestaba comparando la vida a un carrete de hilo y explicándome que si, cada vez que quisiera ver y saber de las cosas que no conocía, estirase un trocito de hilo y lo rompiese para satisfacer esa curiosidad, mi vida sería muy breve, ya que en poco tiempo se terminaría el carrete y moriría. Así era como me enseñaba a no precipitar ningún acontecimiento, a vivir cada día lo que me estaba reservado; a no preocuparme por lo que todavía no había llegado, y a no dar importancia a lo que me agobiaba y que solo existía en mi imaginación.

Mi pozo si tiene fondo. Lo estoy removiendo para recordar las cosas que sí me han servido de mucho.

Voy subiendo los mismos peldaños que mis antepasados y así como ellos viven en mi corazón, me gustaría que también a mi se me recordara.

Me han enseñado que la muerte es tan sencilla como la vida, y que si una no está, no puede venir la otra.

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