Por
Chelo Payá
(21
enero 2016)
Mimetismo [foto: Paco Pascual] |
En este mundo todo tiene su tiempo: una
piedra, una flor, una hormiga, una persona, una montaña, el sol…, y cada
especie, cada cosa, se adapta, y solo concibe sus años de existencia creyendo
que son los únicos que importan y siempre nos parecen pocos. Desearíamos vivir
más sin querer razonar que la vida de una flor solo dura unos días, y casi sin
entender que no se puede desear algo que no nos pertenece.
Siempre he pensado que en la vida no
hay final, solo lo hay en la tuya. Cuando te vas haciendo mayor, sin querer, te
vas poniendo metas: ¿llegaré a ver la carita de mi nieta?, y cuando ya la ves
piensas que te gustaría ver a los mayores con dieciséis, dieciocho años, porque
serán guapísimos o también conocer a los nietos que aún están por llegar, que
imaginas que serán preciosos; lo vas pensando sin percatarte de que algo de
todo esto ya no lo verás, ¡se parará todo!, no porque no suceda sino porque tú
ya no estarás.
Cada día pienso más en mis padres y
vienen a mi mente los consejos que en el momento de oírlos no les daba importancia
y me doy cuenta, ahora, que se grabaron a fuego en mi corazón.
Cuando por alguna circunstancia me voy
a la cama y son más de las doce de la noche pienso en lo que me decía mi madre:
“¡Xelín, no et gites mai el dia que t’has
d’alçar!” (Chelín, no te acuestes nunca el día que te tienes
que levantar), entonces me daba risa, pero ahora, cuando lo hago, siento en mi
cuerpo que tenía toda la razón.