Por
Chelo Payá
(10
octubre 2015)
Algazara [foto: Paco Pascual] |
No
sé cómo los escritores tienen unas horas marcadas y escriben, escriben…, no
comprendo como lo hacen. Hay días que para mí el papel es inviolable, no sé qué
decirle, en cambio cuando se me amontonan ideas me parece pequeño el bloc (en
eso se nota que no es mi oficio).
Supongo
que seguiré siendo la misma siempre, no se corregir mi manera de actuar, y es
que las cosas que se han hecho habituales no las puedo separar de mí, es como
si estuvieran pegadas a mi piel.
En
una clase de Isabel Valenciano, en la universidad, se dijo que cada día
teníamos que complacer a nuestros cinco sentidos para sentirnos mejor al final
del mismo. A mí me gustó la idea, la puse en práctica y vi que el resultado era
evidente: por la noche me sentía más relajada. Y es que las cosas que me van
bien las digo, no me gusta quedármelas para mí.
Vista: En un cuadro de corcho, en la habitación donde suelo pasar mucho
tiempo, puse fotos de mis padres, mis abuelos, de mis hijos, de mi infancia…, todas las que, mirándolas,
me traen recuerdos
de días felices.
Oído: Me gusta oír música clásica, romántica…, según mi estado
de ánimo.
Gusto: Comer un trocito de chocolate, ¡eso es preciso!
Olfato: Por la noche , para relajarme, me froto y masajeo los pies con una
crema de huele deliciosamente.
Tacto: Me gusta abrazar a las personas que
quiero.
Y
así cada día.
He ido cambiando cosas pero no
dejando de hacerlas. Ahora, cuando tengo cerca a mis nietos, lo tengo todo
incluido: mirarlos, olerlos, acariciarlos, oír todo lo que dicen; es un placer
que no conocía y que no cambiaría por nada. El día que los tengo mis cinco
sentidos están cubiertos, y aprovecho todos los minutos en su compañía para
conservarlo todo e ir desmenuzándolo, y así enriquecerme para esos días en que
no los puedo disfrutar.
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