martes, 24 de octubre de 2017

Cuatro cuentos minúsculos

Por Chelo Payá                                                                              
(07 diciembre 2015)


Este año, en los villancicos que hemos cantado en Navidad el Coro  Sénior, ha acontecido una novedad, había cuatro de ellos que estaban englobados en uno solo, como un bloque, eran de Consuelo Colomer, compositora alcoyana, y eso me ha gustado para hacerlo yo, pero con cuatro cuentos, que por una razón inesperada, escribí en una tarde, y al ser tan pequeñitos los voy a juntar en una misma agrupación.
 
Evolucionando [foto: Paco Pascual]



    Érase una vez, en un reino muy lejano, una princesita que se sentía sola aunque estuviera rodeada de personas, en cambio, cuando andaba por el palacio o por el jardín, y verdaderamente estaba sola, se sentía feliz, porque podía abrir su corazón a ella misma, sin miedo a que alguien notara algo; podía, en su imaginación, realizar sueños sin que la preocupara que el brillo de sus ojos la traicionara; podía caminar sin que su nodriza dijera que por allí había algún peligro; se sentía libre y podía correr, cantar, gritar, jugar, no la ataba ningún lazo que retuviese su ímpetu de vivir como soñaba: sin ataduras, sin presiones, sin el yugo que, por su condición, la dominaba. Pero como en todos los sueños, tuvo que despertar y volver a su realidad, volver a su palacio, a sus aposentos, a sus obligaciones, y a todo lo que la encarcelaba materialmente, porque sus sueños, su interior, su espíritu, su alma, eran suyos, de nadie más, no tenía dueño aunque muchos de los que la rodeaban creían poseerla. De esta manera vivió esa princesita hasta el final de sus días.



Esquisitez [foto: Paco Pascual]


   Érase una vez una niña que cuando alguien la miraba siempre se sonrojaba; quería pasar inadvertida y no podía. ¡Era preciosa!, y eso la hacía sentir distinta, pero no porque era una engreída sino al contrario, no quería despertar envidias como Blancanieves —cuento que le gustaba mucho—. Siempre pensaba en que una bruja malvada le diera a comer una manzana, y en que no existiera un príncipe para ella, como en el cuento. Se fue haciendo mayor y dejando de tener importancia todo; se dio cuenta que nada era eterno: la belleza…, los cuentos…, los príncipes…, la vida… Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.




Fulgor  [foto: Paco Pascual]

    Era un pueblo escondido entre bosques, donde sus habitantes vivían muy felices. ¡Era como en las postales!, no le faltaba de nada, solo lo enturbiaba que al ser los árboles tan altos no veían perfectamente todo el cielo, y la luna apenas salía se les escapaba. Entonces un día decidieron que, en la próxima luna llena, harían una excursión a un lago que había lejos para poder pasar una noche entera contemplándola. Y así fue, cargaron con el equipaje que correspondía para no pasar frio y salió todo el pueblo: niños, jóvenes y viejos,  todos con la ilusión de saciar su curiosidad y poder retener en sus ojos, por mucho tiempo, ese círculo lleno de luz en la oscuridad de cielo. Así lo hicieron… Al día siguiente volvieron a sus casas, cansados, con mucho sueño, pero tranquilos porque toda una noche la luna les había pertenecido solo a ellos. Así somos todos, perseguimos lo que nos falta aunque nos cueste cansancio, esfuerzo, pero nada duele cuando se consigue un sueño.

 
Medrar  [foto: Paco Pascual]

Era una niña que tenía muchos juguetes, tantos que cada día al coger uno creía que era nuevo, y era solo que no se acordaba de él; muñecas de todas las clases, de todos los colores, con variados vestidos; casitas; cocinitas; rompecabezas; arquitecturas; puzzles; era tal  la variedad que se aburría por no saber cuál coger. Hasta que un día pidió permiso a su mamá y se fue al parque a ver como jugaban las niñas de allí; estuvo mucho tiempo observándolas y se dio cuenta que con una piedrecita se entretenían; también hacían carreras, unas ganaban, otras perdían pero no era eso motivo de enfado, al contrario, se reían mucho. Entonces ella pensó en su casa, en sus juguetes que no eran aburridos, solo les faltaban manos que supieran jugar con ellos. Volvió con muchas ideas, se las contó a su mamá y ella accedió. Llegó pues el día que fue al parque con su mamá e invitó a todas las niñas a su casa. Accedieron muy contentas y al llegar y ver tantos juguetes se emocionaron, ¡cogían uno, soltaban otro!, pasaron una tarde deliciosa que no olvidarían, dándose cuenta, todas, de lo maravilloso que es compartir.

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