Por
Chelo Payá
(19
octubre 2015)
Contemplación [foto: Paco Pascual] |
El
haber ido a la universidad, (no me refiero de jovencita, sino con 58 años) fue
una elección perfecta, me ha abierto la mente de una manera que no imaginaba;
creo que es lo que me ha hecho saber analizar, con detallada precisión, lo que
es la vida; esos momentos que por ser insignificantes se les escapan a
muchas personas, a mí me parecen enormes, de un valor incalculable, de una
importancia vital.
He
reflexionado mucho y he comprendido que haber nacido es un regalo precioso, y
que tan maravilloso es el amanecer como el ocaso.
Tengo
la certeza de que ejercitaré cada día que me quede de vida la manera de
respectar a las personas que me rodean, no queriendo imponerme a nadie, porque
todo lo que nos hace sufrir es sinónimo de que no tiene importancia, lo
verdaderamente importante no quita el sueño, al contrario de paz.
Todo
es más sencillo de lo que pensamos y solo cuando encontramos calma, sosiego,
reposo en nuestro interior, reaccionamos como se espera de nosotros; solo
entonces nos sentimos realizados.
Para
mí todo esto supone un esfuerzo muy grande, porque nuestro ego cuesta mucho
colocarlo a ras de suelo, pero, como mínimo, lo debemos intentar.
Ahora,
cuando nos comparamos con una foto del tiempo en que éramos niños, el cambio
que percibimos es impresionante, ¡y nos hemos mirado al espejo todos los días,
sin percibir ninguna alteración contundente!, ¡y han pasado 69 años! Si todos
los días mirásemos nuestro interior y lo cultiváramos, no sería necesario
preguntarnos si todo está en perfecta armonía, nos pasaría como con el espejo,
sin darnos cuenta corregiríamos todas las asperezas que percibiéramos en nuestro foro interno.
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