Por Chelo Payá
(19
mayo 2016)
Modestia [foto: Paco Pascual] |
Cuando
yo era pequeña mi madre me decía una adivinanza que yo no entendía: “Dos mares i dos filles van a missa en tres mantellines”. Yo contaba y contaba y no me salían las cuentas,
¡con lo fácil que era!
Hace ya dos meses que ha nacido mi nietecita, después de cuatro varones, y he sentido que en mi interior había un hueco muy grande que ella me está llenando; necesitaba que una de mis hijas tuviese una niña para comprender que por lo menos dos generaciones, el día que yo no esté, me sustituyen. Ella será mi relevo; ¿qué será más bonita?, desde luego; ¿qué será mejor?, por supuesto, pero que algo de herencia mía tendrá, eso también lo doy por sabido.
Cuando
ella me mira, con esa mirada dulce, tierna y a la vez distante ¡pero que no lo
es!, yo la siento cercana, como si la hubiese percibido siempre dentro de mí.
Hace que recuerde a mis niñas pequeñitas. Cuando tuve la primera, paso a ser lo
más importante en mi vida; al tener la segunda se dobló mi felicidad; han sido
un bloque, siempre juntitas; no podría vivir sin una o sin la otra. Cuando eran
pequeñas y jugaban en la casa, cada una en un sitio diferente, y yo les
gritaba: “¿què faria la mama sense
vosaltres?”, las dos al mismo
tiempo gritaban: “¡plorar!”; eso aún lo sigo pensando, no sabría hacer otra
cosa, solo plorar.
Una de
ellas me dice muchas veces: “no escribes nada de nuestra crianza”, pues ya lo
he hecho, pero no puedo cortar sin nombrar cuando tuve a mi hijo; creía que el
contento por tener un varón sería mi marido y cuando lo vi la contenta fui yo,
y aún sigo como si estuviese viendo recién nacido a mi hombrecito, tengo esa
misma sensación en el corazón.
Paso
cada minuto de mi vida dando gracias por mis tres tesoros, que han sido y son
lo mejor de mi existencia.
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