Por Chelo
Payá
(08
marzo 2016)
Hoy había programada una sesión de jazz
pero no he podido ir. Ahora estoy aquí en casa suponiendo que me encuentro
allí; estoy fantaseando con el ambiente que puede haber, en como entraría por
la puerta, en esa música de fondo que me embriaga apenas cruzo el umbral, en
esa sensación de placer, en ese querer recuperar algo que siento que es mío.
Estoy embelesada con todo lo que estar
allí representa, esa media oscuridad que invitas a no fijarse en nada ni en
nadie sabiendo, con la misma certeza, que nadie está pendiente de ti; allí
tengo todo lo que mi cuerpo pide ¡hasta un timonet!
y si, como hoy, no estoy creo que se me escapan cantidad de cosas.
No sé qué grupo actuaba hoy, no lo sé
nunca hasta que no llego, lo que sí sé es que en el escenario tenían que
colocar un piano de cola y me hubiera gustado verlo, oírlo y sentirlo dentro de
mí; pienso que un instrumento tan importante ha de ser acariciado por unas
manos hábiles, tiernas y a la vez con energía, para poder sacar lo mejor de él.
Mañana preguntaré que otros músicos lo han acompañado, ¡habrá sido perfecto!
Lo que sí que hago es no dejar de
escribir, allí me afloran las emociones de ese momento, aquí, en mi cama, igual
sueño cosas que no han existido, pero me gusta imaginarlas y recrearme en
ellas.
Las cosas bellas están a la vez muy
cerca o muy lejos y según en qué momento se pueden rozar con las manos o
simplemente con el pensamiento, pero lo más importante de ellas es tenerlas siempre
dentro de ti.
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