sábado, 21 de octubre de 2017

Cervantes


Por Chelo Payá                                                            
(20 mayo 2016)

          No sé ni cómo comenzar a decir lo que hoy he vivido. Era el día que nos comprometimos a leer en Alicante.

         En octubre del pasado año unos alumnos de la Universidad Permanente de Alicante, vinieron a Alcoy a deleitarnos con un recital de poesía precioso, era el grupo Verso a Verso, ¡quedamos impresionados! Pensé que a mí no me podía salir igual, pero me conformaba en que fuera parecido.

Presto  [foto: Paco Pascual]
         Este curso en el taller de lectura comenzamos leyendo cartas, tuvo éxito, nos gustó a todos, pero ya después, cuando comenzó el nuevo año, al ser el cuarto centenario de la muerte de Cervantes, nuestro “profe” (que por cierto, no quiere que le llamemos así) ¡pero es…!, porque ni buscando con una lupa encontraríamos a otro igual, decidió darnos prosa y poemas de autores que hubiesen ganado el Premio de Literatura Cervantes, para que los leyésemos en nuestro desplazamiento a Alicante.

         ¡Y fue ayer! Estaba ilusionada, comprometida, y además con audiencia particular: mi marido, mi hija y mi nieto; me hicieron sentir orgullosa de verlos allí.

         Todo fue como estaba planeado, la sala no la conocía y cuando la vi la hice mía, me sentí cómoda; comenzó a llenarse y fue como cuando un sueño se hace realidad, ¡era yo!, estaba en ese lugar de verdad, me lo creía, ya no había tiempo de pensar en nada más. Cuando empezó a leer el primero se inició la cuenta atrás.

         Todo lo que se leía, eran lecturas para soñar, palabras que no herían, voces otoñales que salían de cuerpos amigos, enlazados por una unión que, sin decírnoslo, deseábamos el bien para cada uno, y así fue. El tiempo paso como un letargo delicioso del que no queríamos salir o despertar.

         Cuando lo importante terminó, nos obsequiaron con el regalo de una cena (porque no fue un aperitivo, fue una cena) en una terraza con vistas idílicas, sobre todo para mí, ya que el mar no es una visión frecuente en mi vida. Se veía el puerto con unos barcos muy grandes pero queriendo estar amarrados como botes en la orilla, ante la inmensidad del mar. Desde esa atalaya donde me encontraba todo era pequeño y, como en todo, sin apenas darnos cuenta, se terminó.

         Volvimos a casa, a nuestro hogar, donde cada uno encuentra su sillón…, su cama…, su…, su…, que solo cuando no se tiene se añora.

No hay comentarios:

Publicar un comentario