Por Chelo Payá
(20 mayo 2016)
No sé
ni cómo comenzar a decir lo que hoy he vivido. Era el día que nos comprometimos
a leer en Alicante.
En
octubre del pasado año unos alumnos de la Universidad Permanente de Alicante,
vinieron a Alcoy a deleitarnos con un recital de poesía precioso, era el grupo
Verso a Verso, ¡quedamos impresionados! Pensé que a mí no me podía salir igual,
pero me conformaba en que fuera parecido.
Presto [foto: Paco Pascual] |
¡Y fue
ayer! Estaba ilusionada, comprometida, y además con audiencia particular: mi
marido, mi hija y mi nieto; me hicieron sentir orgullosa de verlos allí.
Todo
fue como estaba planeado, la sala no la conocía y cuando la vi la hice mía, me
sentí cómoda; comenzó a llenarse y fue como cuando un sueño se hace realidad,
¡era yo!, estaba en ese lugar de verdad, me lo creía, ya no había tiempo de
pensar en nada más. Cuando empezó a leer el primero se inició la cuenta atrás.
Todo
lo que se leía, eran lecturas para soñar, palabras que no herían, voces
otoñales que salían de cuerpos amigos, enlazados por una unión que, sin
decírnoslo, deseábamos el bien para cada uno, y así fue. El tiempo paso como un
letargo delicioso del que no queríamos salir o despertar.
Cuando
lo importante terminó, nos obsequiaron con el regalo de una cena (porque no fue
un aperitivo, fue una cena) en una terraza con vistas idílicas, sobre todo para
mí, ya que el mar no es una visión frecuente en mi vida. Se veía el puerto con
unos barcos muy grandes pero queriendo estar amarrados como botes en la orilla,
ante la inmensidad del mar. Desde esa atalaya donde me encontraba todo era
pequeño y, como en todo, sin apenas darnos cuenta, se terminó.
Volvimos
a casa, a nuestro hogar, donde cada uno encuentra su sillón…, su cama…, su…, su…,
que solo cuando no se tiene se añora.
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