martes, 24 de octubre de 2017

Tercer día de Jazz



Por Chelo Payá                                                           
(14 enero 2016)
                 
 
Granar  [foto: Paco Pascual]
       
Ni en sueños sería igual. Mi mente no lo hubiese imaginado nunca si no estuviese viviendo lo que siento apenas cruzo la puerta de entrada. Hoy el concierto era el de Ernesto Llorens  Gypsy Project y el invitado especial —verdaderamente muy especial— el guitarrista Sébastien Giniaux.

         Me ha impactado como se han ido acoplando unos con otros sin dejar de lado la base —la rítmica–, la que en realidad les estaba invitando a tocar desde el minuto cero, haciéndoles el camino fácil. En estos conciertos me estoy dando cuenta de que hay instrumentos estrella, pero los que son base son como los cimientos  de una casa, que se podrá derrumbar pero que ellos siguen ahí, inamovibles. Cuando en una orquesta escucho el sonido de los violines es suave, apacible, pero aquí, ahora, tenía  una energía inusual que yo no conocía; los acordes agudos me han parecido impactantes, electrizantes; tanto el violinista como el guitarrista tenían una manera de mover los dedos que parecía que se multiplicasen, me parecían como arañas corriendo asustadas; ha sido similar a un video que hemos visto en el taller de lectura de dos instrumentos que se iban contestando, y aquí lo he visto igual: violín y guitarra.

         Hoy no me sentía en New York, hoy estaba cerca del Sena, en París; gracias al jazz voy viviendo en mundos diferentes, preciosos, cada uno en su ambiente.

         En este concierto no había cantante, el violín se ha encargado de ser la musa, aunque cuando van en solitario cada instrumente es único; el director son ellos mismos con un movimiento de cabeza casi imperceptible ¡y aún sin ello!, porque cada uno es responsable de lo que hace.

         El arco y la cabeza del violinista eran una misma cosa, interpretaban lo mismo, había música hasta tensando las cuerdas, la sienten tanto que hay momentos que hasta les duele tocar, y les duele porque les sale del fondo del alma. Cada día percibo más que hay una música preciosa en los silencios. En el último tema me han parecido, todos, marionetas movidas por hilos que pendían del techo, ¡precioso!

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