Por Chelo Payá
(03
marzo 2016)
Crecer [foto: Paco Pascual] |
Venir
al jazz tiene cantidad de elementos fascinantes:
1º.-
La incógnita cada vez, ¿voy… o no voy?
2º.-
Las deferencias tan profundas de cada grupo.
3º.-
Que en estas dos horas rejuvenezco, aun sin querer.
4º.-
Sentirme parte de la actuación, pudiendo aplaudir cuando lo pide la música…, o mi interior.
5º.-
Al venir aquí he recordado el color, sabor y olor de la adrenalina en mi cuerpo.
6º.-
Oír cómo suena “beiby” en el jazz, es único.
Hoy
actuaban: “Los Fabulosos Blueshakers”. La solista tenía una voz muy potente y
la desgarraba a su antojo, con una precisión que me parecía staccato. Pero, para mí, la estrella ha
sido la armónica, un instrumento tan pequeño que sonaba con unos matices y una
avidez que yo no podía entender. No ha dejado de tocar en todo el concierto y
yo pensaba: ¿cómo lo puede hacer?, porque yo cuando era pequeña e intentaba ponerme
una en la boca, para que sonara un segundo, tenía hormiguitas en los labios un día entero.
También
hoy la guitarra ha sabido llegar al corazón de los asistentes. Ha despertado
admiración y emoción en un momento en que sonaba, ¡más bien no sonaba!, tan
suave que los acordes casi no se percibían; estábamos todos en vilo ya que si
llegaba a ser un poco más agudo dejaría de escucharse, pero no ha pasado.
Cada
vez me maravillan cosas diferentes y que a la vez son las mismas: no tener
partitura; entenderse a la perfección; admirarse mutuamente; la conexión con el
público; vestir cada uno como le apetece: corbata, sombrero, pajarita, abrigo…,
cada uno a su manera y sin problemas ¡qué en realidad no los hay!
Como
siempre al terminar digo: ¡precioso!
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