Por Chelo Payá
(13
febrero 2016)
Comienzo [foto: Paco Pascual] |
Mientras
hacía todo esto he puesto música clásica en el CD y me he sentido afortunada
¡no me dolía nada! (estaba sentada) ¡tenía compañía! (pero no a mi lado). La
música invadía mis sentidos, hacía que recordase veladas deliciosas. La música
me transporta a sitios en los que en realidad no he estado, ¡en sueños, sí!
Sentía en mi cuerpo una placidez como si tuviese alas y se abriera la puerta de
mi jaula, con una sensación de libertad sorprendentemente extraña.
Al
pintar el mándala, he retrocedido a mi infancia cuando dibujaba y coloreaba
cuentos, ¡los colores tenían vida!, igual que cuando era pequeña en que el
estuche “ALPINO”, para mí, era un tesoro.
Las
tarde ha sido un acierto, un placer, he sabido meterme dentro de mí como si
estuviese en un búnker de donde ya no quisiera salir.
Recordar
mi infancia me produce un conjunto de emociones: intimidad, confianza, instantes
únicos, momentos irrepetibles. Parece que solo pienso en ella y no es así, pero
me ocurre muchas veces cuando por cualquier circunstancia retrocedo a aquellos
tiempos, lo analizo y es verdad que me han marcado mucho. Supongo que cada
persona recordará con una emotividad más especial una época de su vida, para
mí, desde luego, es la infancia.
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