sábado, 21 de octubre de 2017

Sueños



Por Chelo Payá                                                          
(13 febrero 2016)

Comienzo [foto: Paco Pascual]
         Es una tarde de sábado. Me he organizado las horas para poder hacer todo lo que me he propuesto y no pensar después que he perdido el tiempo; no es que sea un horario estricto pero marcarlo me gusta, y respetarlo más. He hecho ganchillo; he pintado un mándala; y ahora que ya son las siete voy a contarme a mí misma todo lo que he estado pensando.
         Mientras hacía todo esto he puesto música clásica en el CD y me he sentido afortunada ¡no me dolía nada! (estaba sentada) ¡tenía compañía! (pero no a mi lado). La música invadía mis sentidos, hacía que recordase veladas deliciosas. La música me transporta a sitios en los que en realidad no he estado, ¡en sueños, sí! Sentía en mi cuerpo una placidez como si tuviese alas y se abriera la puerta de mi jaula, con una sensación de libertad sorprendentemente extraña.
         Al pintar el mándala, he retrocedido a mi infancia cuando dibujaba y coloreaba cuentos, ¡los colores tenían vida!, igual que cuando era pequeña en que el estuche “ALPINO”, para mí, era un tesoro.
         Las tarde ha sido un acierto, un placer, he sabido meterme dentro de mí como si estuviese en un búnker de donde ya no quisiera salir.
         Recordar mi infancia me produce un conjunto de emociones: intimidad, confianza, instantes únicos, momentos irrepetibles. Parece que solo pienso en ella y no es así, pero me ocurre muchas veces cuando por cualquier circunstancia retrocedo a aquellos tiempos, lo analizo y es verdad que me han marcado mucho. Supongo que cada persona recordará con una emotividad más especial una época de su vida, para mí, desde luego, es la infancia.

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